miércoles, 23 de enero de 2013

Las confesiones. Pecados y penitencias

A lo largo de la saga se revelan ciertas confesiones entre diferentes personajes que estructuran uno de los ejes en torno al que giran los argumentos. Las confesiones no son cuestión baladí en la historia de los Corleone, ya que muestran determinados aspectos que han de ser analizados, pues de ellas se desprenden las dudas que pesan sobre quienes las practican, las penitencias que les son impuestas o autoimpuestas y, como ya se ha indicado, la piedra angular de la trilogía. Además, la cámara no permanece en ocasiones como testigo mudo de la confesión, sino que es partícipe en el sentido de trasladar al espectador el ambiente que se respira y que en ocasiones es sofocante.
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De hecho, la obra fílmica se abre con la confesión de Amerigo Bonasera a Don Vito Corleone en el despacho de la casa de éste durante la celebración del banquete de la boda de Connie y Carlo, cuestión que ya se ha referido en la entrada anterior.
 
 
Tras los primeros acordes de la pieza musical principal, sobre el fondo aún negro, que priva de ver rostro alguno, se escucha: “Creo en América”, para a continuación enfocar en un cerradísimo primer plano la cara de un Bonasera de ojos vidriosos y vengativos y escuchar cómo confiesa al Padrino que, pese a que ha intentado llevar a efecto una vida decente regida por la Ley, se ha sentido traicionado y a la hora de la verdad la Justicia no ha sido eficiente, se ha convertido en una burda pantomima que no le satisface. El fondo escénico en el que trascurre este monólogo es oscuro, prácticamente negro, fijando el objetivo directamente en el rostro del funerario, para a continuación ir abriendo el plano lentamente y descubrir de modo tenue, mientras la cámara se aleja del funerario, la zona parietal derecha de la cabeza del Padrino apoyada sobre su mano, observadas desde atrás, mientras el enfoque continúa abriéndose con Bonasera al fondo.
 
 El ambiente es el idóneo para desarrollar una confesión, pese a que haya personas ajenas a la misma en la pieza de la casa, como son Santino Corleone y Tom Hagen, ejemplo de lo cual es la propia pose del Don, que aparenta la de un sacerdote que escucha la confesión de un fiel. Es en el momento en el que el Padrino le pregunta qué quiere que haga por él cuando éste se acerca a su interlocutor y le susurra al oído unas palabras que ni siquiera se oyen, pero que se desprenden a continuación de la respuesta de Don Vito. A partir de aquí se siembra el poso de lo que constituirá el argumento esencial del espíritu de la Obra: las sociedades paralelas referidas en la entrada anterior, cuestiones que no repetiré por no hacerme reiterativo.
 
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Una segunda confesión tiene lugar también durante la misma celebración, cuando Michael, uniformado y condecorado como héroe de guerra, cuenta a Kay detalles escabrosos de la forma de vida de su familia, una vez que ella le ha preguntado por la relación de su familia con Johnny Fontane.
Aquí Michael, solvente y desenvuelto mientras relata a Kay el siniestro episodio protagonizado por su padre y Luca Brasi, le dice: “Así es mi familia, Kay, pero yo no”. La escena transcurre en un ambiente luminoso, el aire festivo de una fiesta celebrada por todo lo alto, alternando los planos entre los personajes. Michael ha contado a su prometida un hecho importante que en realidad debería haber callado, y sinceramente le hace saber que él es ajeno a la forma de comportarse de su familia, pues en ese momento no es conocedor del futuro que le aguarda, y piensa que continuará manteniéndose al margen de los negocios de su padre. Michael, en cierto modo, rechaza esa forma de actuación que supone tanto el sustento como el modo de vida de su familia y el sustrato de la fortuna de su padre, pero lo hace desde la óptica del joven que lo ha tenido absolutamente todo al alcance de su mano, el afortunado niño mimado que se muestra rebelde ante su padre, sabedor de que no le faltará nada pese a ello, llegando a renegar de su condición de modo abierto ante su novia.


 
Esa confesión consistente en decir ser diferente del resto de su familia le pasará a Michael una dura factura en el futuro, como se apreciará cuando Kay, siendo ya su mujer y la madre de sus dos hijos, Anthony y Mary, le reprocha que le había prometido que en unos años los negocios de la familia serían limpios. Esa falta a su declaración de principios, ese incumplimiento de su palabra, tendrá una importancia esencial en el desarrollo de los acontecimientos, que será el elemento esencial al que se aferrará Kay en el futuro para abandonar a su esposo.     
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La tercera confesión crucial tiene lugar una vez que Michael Corleone se ha convertido en Padrino, en el jardín de la casa de sus padres. Aquí, Don Vito le advierte respecto de la reunión que Barzini pretenderá concertar con él para así asesinarle, y a continuación se sincera con su hijo y le confiesa lo que para aquel no es otra cosa que su fracaso como padre debido al devenir de los acontecimientos. Los planes que tenía para él no llegaron a fraguar, no se convirtió en un pezzonovante, en un pez gordo, sino que acabó liderando su familia, “No ha habido tiempo, Michael. No ha habido tiempo” dice un Don Vito triste, como modo de derivar (y en toda regla es así) su exclusividad en la culpa. Por aplastante lógica, el destinado a sucederle en el cargo de Don era Santino, y de hecho fue él quien tomó las riendas tras el atentado de su padre, aunque no fue un buen Don, según el propio Don Vito reconoció. En Fredo no confiaba como consecuencia de su debilidad, pese a que no llega a manifestar explícitamente el motivo, pero lo deja entrever. Jamás pensó que fuese Michael quien se hubiera de convertir en el heredero directo del cargo, pues sus planes eran otros muy distintos.


Para confesar esto, Don Vito se ha levantado de su sillón de mimbre y se ha colocado en otra posición, de modo que sus rostros no se enfrentan, pues el padre se sitúa ante la cámara en un plano inmediatamente anterior a su hijo, focalizando el plano cerrado las caras de ambos personajes. A simple vista puede parecer que están frente a frente, pero no es así, y vuelve a identificarse la escena como la típica de una confesión, aunque en esta ocasión quien la vierte es Don Vito, que apenas al final dirige la mirada a su hijo antes de tomar su cara con ambas manos y besarle cariñosamente. Por su parte, durante esta particular confesión, Michael, que mantiene la vista al frente, solamente ha mirado en cinco ocasiones a su padre, cuatro de forma rápida y una quinta más intensamente.
Como ya he indicado, esta confesión es el manifiesto de que los proyectos que tenía para su hijo predilecto, Michael, en quien tenía más esperanzas, no se pudieron cumplir, y el hecho de tomar el testigo del liderazgo familiar le condena a un destino muy distinto de aquel que preparaba para él y que conllevará su éxito como hombre de negocios en el mundo del crimen organizado a la par que su fracaso como persona, como esposo y como padre. 
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  La siguiente confesión se produce en la segunda entrega de la trilogía, mientras Michael y Fredo charlan en una cafetería de La Habana. En realidad se trata de dos confesiones. Fredo, mostrándose pusilánime, como de costumbre, refiere apesadumbrado a su hermano que su suerte sería distinta si su mujer hubiese sido como Kay, y con su ayuda haberse parecido por una vez en su vida a su padre. Al recibir una muestra de afecto por parte de Michael, airado, le dice: “Michael, yo te odiaba. ¿Por qué no nos hemos llevado mejor?”, ante cierto estupor de su hermano pequeño. Lo cierto es que en ningún momento a lo largo de la saga se aprecia que hubiese mala relación entre ambos hermanos, sino todo lo contrario.



En ese momento parece a punto de delatar la traición de la que es partícipe, de confesar a Michael que en realidad conoce a Hyman Roth y a Johnny Ola, lo cual negó un rato antes en el hotel, pero se contiene a duras penas. Entonces tiene lugar la confidencia de Michael, relatando a su hermano que esa noche le llevarán al palacio presidencial para recibir el nuevo año, y que después le escoltarán en un coche militar al hotel, pero entonces será asesinado.



Fredo se muestra claramente nervioso ante el relato de su hermano, quizá porque tema que conozca de su traición, y al preguntar que quién le asesinará, Michael responde tranquilamente que será Roth, quien ya había intentado matarlo en su casa, y que sus planes pasan por asesinar a Roth esa misma noche.

El nerviosismo de Fredo al recibir tales confesiones es más que evidente, aunque quizá fuera cierto (como dirá más adelante en la casa del Lago Tahoe) que desconociese que los planes de Roth pasaban por asesinar a su hermano pequeño. En realidad, Michael no conoce que su hermano sea un traidor, como se verá momentos después cuando, por descuido, Fredo confiesa en un club de espectáculos que quien le había hablado de aquel local fue Johnny Ola, delatándose ante su hermano, que destrozado se cubre el rostro. La escena tiene lugar, como se ha indicado, en una cafetería de La Habana, colisionando frontalmente el tono triste de ambas confesiones con el alegre tema que suena de fondo, el popular “Guantanamera”. La cámara va alternando de un personaje a otro, mostrando el rostro severo y adusto de Michael y el de en principio apesadumbrado y después nervioso Fredo, enfocando a veces a ambos personajes en un duelo interpretativo de gran calibre.

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Inmediatamente después de la entrada del nuevo año, se produce una confesión de brutales dimensiones, cuando en mitad de la fiesta Michael susurra a su hermano Fredo que hay un avión esperándolos para trasladarlos a Miami en una hora.


Entonces sujeta el rostro de su hermano con ambas manos y le besa en la boca, sellando así su destino fatal, para a continuación decirle ferozmente: “Sé que fuiste tú, Fredo. Me destrozaste el corazón. Me destrozaste el corazón”.  Un Fredo descompuesto se aleja de su hermano mientras se limpia la boca, augurando cuál será su destino. Durante esa confesión, la cámara se centra en ambos personajes de nuevo, siendo testigo del rostro atroz de Michael y de la aterrada cara de Fredo entre un totalmente contrapuesto ambiente festivo cual es una gran fiesta de recepción del nuevo año.

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Mientras se desarrolla la que quizá sea la escena filmada con menos luz de la trilogía, Michael confiesa encubiertamente a su madre el miedo a perder a toda su familia por ser fuerte con ella. La escena discurre en la casa  del Lago Tahoe. Un Michael que por su tono de voz e incluso por su cara refleja miedo y fragilidad se sincera con su madre, como si buscase su cobijo o el de su padre ya fallecido. Toda la conversación se produce en el dialecto siciliano. Le pregunta qué sentía su padre en su corazón. Sabía que era fuerte con la familia, pero pregunta si por ser tan fuerte pudo haberla perdido, a lo que la madre responde que no se puede perder a toda la familia, concluyendo Michael que los tiempos cambian.
Lógicamente, la Mamma Corleone piensa con las limitaciones de las mujeres sicilianas de su época, por lo que no puede entender que porque el cabeza de familia sea estricto con ella, pueda perderla. La respuesta de Michael es muy acertada, pues en verdad los tiempos cambian. La escena es probablemente, como se ha dicho, la más oscura de toda la saga. Se desarrolla en ella una confesión encubierta, como ya se ha indicado: el miedo que siente Michael Corleone de perder a su familia como consecuencia de las difíciles decisiones que ha tomado ya y que han de adoptarse en el porvenir. Se le observa compungido, confuso, como si fuese un niño buscando el calor de su madre.


Quizá la escena sea tan oscura en un intento de mostrar el ambiente íntimo en el que se encuentran los personajes, como si no quisiera molestarse con iluminación la conversación entre madre e hijo. 
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En un ambiente también oscuro, pero mucho menos que el anterior, se desarrolla la confesión de Fredo a Michael, también en la casa del Lago Tahoe.

 Fredo comienza excusándose diciendo que siempre fue un marginado y que nadie se fiaba de él. Confiesa a su hermano que lo único que sabe es que tienen a Frankie Pentangeli y que no sabía que irían contra Michael. Éste se muestra inflexible, directo y sereno, demandando a su hermano cualquier detalle que le pueda ayudar. Por su parte, Fredo, que comienza su confesión excusándose, muy derrotado, dice que le convencieron para que ayudase a cerrar la negociación entre Roth y Michael, y que habría algo para él.

 Va cambiando su estado anímico hasta mostrarse airado, más de lo que se puede apreciar en cualquier otro momento en las cintas, exigiendo el respeto que le es debido. Michael permanece impertérrito, pero en su mirada se aprecia el desprecio que siente hacia su hermano, pasando por alto su muestra de irreverencia al dirigirse a él gritándole. Solamente cuando Michael le vuelve a insistir para que le diga todo lo que sabe es cuando le confiesa que el abogado del Senado, Questad, está pagado por Hyman Roth. A continuación, Michael le dice que desde ese momento es un extraño para él, y que no quiere verlo en los casinos ni en su casa, así que cuando vaya a visitar a la madre de ambos le avise con un día de antelación para que él no aparezca por allí.

 La cámara, que en un principio se ha centrado en ambos personajes (Michael comienza sentándose en un sillón y en breve se levanta, mostrando su posición fuerte frente a su derrotado hermano, mientras Fredo se encuentra en una butaca reclinable, prácticamente tumbado, como si le fuese imposible intentar sostenerse en pie) ha ido alternando el enfoque de uno a otro, mostrando, con un buen efecto de claroscuro, los rostros de los dos hermanos, un Michael severo, directo y tranquilo frente a un Fredo apesadumbrado, airado y roto.


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Tras la celebración de la última sesión de la Comisión del Senado, Michael y Kay se encuentran en la habitación del hotel.
 
 
Kay le muestra su intención de marcharse con los niños, a lo que Michael se opone, pero ella se muestra férrea en su decisión, “Ya es demasiado tarde para cambiar nada”, le dice a su esposo, así como que ya no siente ningún amor por él.
 
 
 Michael dice “Voy a cambiar. He descubierto que tengo fuerzas para cambiar”. Kay confiesa que su aborto no fue natural, sino provocado, pues no quería tener otro hijo de él, y le hace conocedor respecto de que era un varón. La escena acaba con una tremenda bofetada que propina Michael a Kay en el rostro, que la arroja al sofá, donde ella queda. El diálogo transcurre alternando la cámara primeros planos de los dos personajes, aunque a veces  el objetivo se abre para mostrar una imagen global de la habitación.
 
La cara de Kay en todo momento es de auténtico escepticismo ante la ceguera de Michael, que no acaba de entender las razones por las que quiere marcharse; a la vez se le ve asustada, como muestra el rigor que mantiene en su cuerpo y la constante tensión de sus facciones. Por su parte, Michael, que comienza la escena sereno, pero alerta ante las preguntas de Kay, va tornando su cara, pasando a atestiguar su enfado, y tras la confesión del aborto, se refleja en sus ojos un odio feroz, indescriptible, una especie de máscara terrorífica mezclada con sorpresa e incredulidad.




 
En este punto ha de hacerse un inciso para destacar la importancia que los sicilianos dan al hecho de que el hijo sea varón. Ya se apreció en la conversación que Don Vito mantuvo con Michael en la primera entrega en el jardín de la casa, cuando dice a su hijo que las mujeres y los niños pueden ser confiados, pero los hombres no, dando mayor importancia a la actitud y conducta del varón respecto de las de la mujer. En la segunda parte, cuando Tom le dice a Michael que Kay ha abortado, su interés principal es saber si el hijo que esperaban era un varón, mostrándose enfurecido ante lo que cree que es una respuesta evasiva por parte de su consiglieri, que en realidad no conocía si era un varón o no, pues nadie lo sabía (al menos eso creía Tom). En esta última ocasión, Kay introduce el dedo en la llaga tras confesar a Michael que el aborto fue provocado, ahondando diciéndole que era un varón, conocedora de que eso le provocaría mayor sufrimiento a su marido. Para Michael, el hecho de haber perdido un hijo es duro, pero si además es varón, el drama adquiere unas dimensiones abismales.
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La siguiente confesión importante tiene lugar ya en la tercera entrega de la trilogía, cuando Don Michael Corleone se desplaza a visitar al Cardenal Lamberto para ponerle al corriente de las malas gestiones realizadas por el Arzobispo Gilday.
 
Se trata de una confesión en el sentido más estricto del término, una confesión católica que tiene lugar en un atrio. Michael abre su alma a su confesor y confiesa sus terribles pecados, los que le atormentan implacablemente: “… yo le he sido infiel a mi esposa… Me he traicionado a mí mismo. He matado a hombres y también he ordenado otras muertes… Ordené la muerte de mi propio hermano. Él me hizo daño. Maté al hijo de mi madre. Maté al hijo de mi padre”.

 
La cámara se muestra tímida ante esta extraña confesión en la que el Don abre su espíritu a quien no deja de ser un extraño (posteriormente Connie reprochará este asunto a su hermano), como si quisiera respetar el clima secreto que debe primar ante tal sacramento, por lo que parece ocultarse entre las plantas y flores del atrio, enfocando desde cierta distancia, pese a que en ocasiones muestra primeros planos de los rostros de ambos interlocutores, pero siempre apreciándose oculta, sin querer ser testigo de lo que se relata en esa confesión. Michael, frágil y anciano, deja ver cristalinamente su sufrimiento por las acciones desarrolladas a lo largo de su vida. No se trata de una escena cualquiera, sino que es muy esclarecedora, pues refleja el tormento que en vida sufre quien se conoce una mala persona, dudosa e incluso escéptica respecto de la posibilidad de la salvación de su alma.
 
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La última confesión es curiosa por el sencillo hecho de que la hace Michael Corleone a un Don Tommasino ya muerto, durante su velatorio, en un momento en el que aquel se encuentra en una habitación solo con el cadáver, que se halla en su féretro abierto.
 

 
       

Su monólogo comienza como una despedida a su viejo amigo, leal con su padre y protector que fue de él mismo, tanto durante su estancia en Sicilia tras el asesinato de Sollozzo y McCluskey como en esos últimos momentos de la tercera parte en que requiere de sus sabios consejos, convirtiéndolo en un sustituto de su propio padre. Michael, quebrado de dolor y pesadumbre, dice: “Adiós, viejo amigo. Podría haber vivido más. Hubiera estado más cerca de mi sueño. Todos le querían, Don Tommasino. Mientras a mí me temían a usted le amaban. No lo entiendo. Yo era un hombre honrado, quería hacer el bien. ¿Qué me traicionó, mi mente, mi corazón?. ¿Por qué me he condenado así?. Juro por la vida de mis hijos… Dame una oportunidad para redimirme y jamás volveré a pecar. Jamás”.


Esta confesión ha de ser enlazada con la que hace al cardenal, pues su padecimiento es similar, aunque los motivos que expone ante el cadáver de su amigo son más genéricos. El viejo Michael pareció haber asimilado el mensaje del cardenal respecto de la posibilidad de salvar su alma, por eso pide una oportunidad más para su redención. Su sufrimiento es cierto, quizá también temeroso de que su fin puede presentarse en cualquier momento y ha de estar preparado, según sus creencias, para expiar sus culpas. Pese a todo el dolor que refleja Michael, se aprecia su egoísmo natural, pues siente de veras la muerte de su leal amigo, pero manifiesta que de haber muerto más tarde su sueño quizá se habría alcanzado, así como se reflejan ciertos celos ante la evidencia de que todos le amaban mientras a él le temían, pese a haber sido un hombre honrado, pero es consciente del peso de su propia culpa, conocedor de haberse condenado en vida.
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Bajo mi subjetivo prisma, éstas son las confesiones cruciales que se dan a lo largo de la saga fílmica, que, como ya se ha indicado, muestran el eje en torno al que giran los acontecimientos que se suceden.  


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